Doce horas de autobús pueden ser eternas, pero no lo son si tu compañero de asiento es Carlos B. Este guatemalteco colaboró durante años en la procuraduría de derechos humanos atendiendo denuncias de violencia intrafamiliar y demandas de abusos contra la población indígena que cometían las fuerzas de seguridad.
Un día, Carlos tuvo que mediar en un secuestro. Tras horas de negociaciones liberaron al rehén pero el asunto se giró y los secuestradores decidieron retenerlo a él. Le tocó mediar para sí mismo y, después de 16 horas de cautiverio, lo dejaron ir. Fue ahí cuando dejó su cargo.
A Carlos lo conocí hace dos años. Me contó que, aunque los acuerdos de paz se firmaron hacía una década, las cosas no habían mejorado en Guatemala y que la prueba más clara era que ocho de las familias más ricas que controlan el país son las mismas de siempre.
Kioshi no era miembro de ninguna de esas familias. Cuando tenía 10 años su padre se marchó y al poco él hizo lo mismo. Recorrió muchos lugares de Guatemala, pasó muchas noches en la calle y con una de sus novias tuvo un hijo que murió. El día que lo conocimos estaba en Livingston vendiendo collares de semillas y nos explicaba nervioso que al día siguiente tenía una prueba en un equipo de fútbol que podía cambiarle la vida.
Quien no estaba nada nervioso es el anciano que conocimos en lo alto de una colina saliendo de Livingston. Decía ser bisnieto de Satanás y descendiente de Dios y de manera muy lúcida nos recordó que la Biblia fue escrita por gente con intereses políticos.
Precisamente de intereses políticos y de los sueños de personas como Kioshi y Carlos de una vida mejor se ha hablado estos días en Guatemala. El país ha acogido el Foro Social de las Américas, donde han acudido indígenas campesinos, mujeres organizadas y entidades sociales de base.
En una sola voz han denunciado los efectos que tienen el agronegocio y la minería en los pequeños campesinos, han criticado los efectos negativos de los tratados de libre comercio con EEUU y la UE y han advertido de la existencia de una deuda externa ilegítima.
Pero sobre todo han elaborado una agenda común de acciones y han defendido propuestas, como reformas agrarias igualitarias, el derecho a la soberanía alimentaria, una economía solidaria, el libre tránsito de personas y la propiedad pública del agua.
Quizás si se escuchara a todas estas personas las cosas mejorarían y se evitarían situaciones como la que nos pasó en Sololá, donde una joven maya se nos acercó con su bebé en brazos y nos dijo 'llévenselo'.
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