A Manuel lo vi por última vez hace un año y medio. La escuela acababa en unos días y yo debía ir a Quito para regresar a Barcelona. Manuel terminaba ese año la educación obligatoria; nos abrazamos para despedirnos y empezamos a llorar porque sabíamos que será difícil volvernos a encontrar.
A Manuel lo conocí hace cinco años, la primera vez que fui a Ecuador con la fundación Jóvenes para el Futuro, una entidad que tiene una escuela popular y que también acoge a menores en situación de riesgo, apoya a las familias del barrio y trabaja con comunidades indígenas.
Esta tarde, mientras leía algunas noticias sobre el referéndum de la nueva Constitución en Ecuador, me he acordado de Manuel, de cómo le gustaba enseñarnos frases en quichua y de sus caras raras cuando le contestaba en catalán. Me pregunto qué hará, si seguirá en Illagua o se habrá mudado a la ciudad con su familia para trabajar.
De quien sí sé algo es de Miguel. Hace unos meses encontré su teléfono en un papel arrugado de mi monedero y lo llamamos. Sigue estudiando en otro centro, aunque no sé si ha pasado o no el curso porque se rompió una pierna y dejó de ir a clase porque no podía pagar el transporte.
A las hermanas Nazareno les habíamos perdido la pista pero el año pasado, aunque no las vi, supe que habían vuelto a la ciudad y que las cuatro más pequeñas vivían con su madre en un barrio que daba miedo hasta a la trabajadora social. Esta semana he sabido que han vuelto a la escuela de la fundación y que la hermana mayor, que ya debe tener 18, vive en Quito y tiene un bebé.
Manuel, Miguel, Mádelin, Isabel, Renata... con todos he tenido un vínculo muy fuerte y han sido un motivo importante para volver más veces a Ecuador. La última vez que estuve, hace año y medio, pensaba precisamente en eso; ¿si los chavales han crecido y cada vez que vengo hay menos gente de la que conocía, por qué sigo viniendo con tantas ganas? ¿Por qué quiero volver?
Está claro. Porque las relaciones personales y los vínculos enganchan a uno a un proyecto y son importantes, pero si el proyecto es bueno y la gente que lo lleva lo vale, entonces quieres estar ahí para echar una mano en lo que puedas y, sobre todo, para observar y aprender.
2 comentarios:
Renata, Segundo, Ernestina, Manuel, Madelin, Isabel, Marvi, Juan José, Rosa, Jonathan, Luis Angel, Javier, Vicenta... ells i molts d'altres noms (que seran diferents per cada persona que ha viscut una experiència similar) fan que un projecte, deixi de ser només projecte i que vagi molt més enllà...
D'una banda el vincle fa que desitgis fermament que el projecte segueixi beneficiant a d'altres Renates, Segundos, Ernestines..., tot i esperant que en algun moment no calguin projectes com aquest per a que gaudeixin d'oportunitats, i de l'altre, et sents agraïda i enyorada de tot el que has compartit i après...
Eva
Totalmente de acuerdo, compañera! Un proyecto no puede ser algo escrito en un papel o que olvide a las personas, debe nacer de ellas y tenerlas siempre presentes. La pena es que a veces parece que se olvida que los protagonistas del cambio son las personas -cada una desde su contexto y su nivel- y no los proyectos. Éstos deberían ser sólo la herramienta en manos de la gente.
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