El 20 de septiembre de 1177, un grupo de soldados cristianos se abalanzó sobre unos pastores sarracenos que regresaban a Cuenca. Los conquistadores despellejaron las ovejas y, ocultos bajo sus pieles, engañaron al ciego que guardaba las puertas de la ciudad.
De esa manera Alfonso VIII tomó Cuenca y fijó allá su corte itinerante. Para recompensar a sus tropas organizó grandes festejos y nació la tradición de las vaquillas enmaromadas.
Más de 800 años después, la fiesta se sigue celebrando pero queda poco de Alfonso VIII y de la huella que antes dejó el Islam.
Oficialmente las peñas desfilan, las vaquillas corren y el concejal más joven del consistorio recibe el pendón; sin embargo, en la calle el protagonista es el vino, que pasa de la garrafa a la bota y de la bota a la boca. Se bebe y mucho, quizás demasiado porque son cuatro días de fiesta sin descanso.
Pero si uno se fija ve algo más: amigos que se reencuentran, chavales nerviosos porque en pocos días serán universitarios, abuelos que tras la barrera comentan que la celebración ya no es lo que era, madres inmigrantes que se reagrupan con sus hijos, barrenderos que sufren el exceso de otros y en pocas horas recogen 3.500 kilos de basura, amores y desamores, camaradería...
Viendo muchas de estas cosas, ¿quién se acuerda de Alfonso VIII?
4 comentarios:
¿Pero para qué tuvieron que despellejar a las ovejas y esconderse debajo de unas pieles si el guardian de las puertas era ciego?
jajajaja! Tienes razón! Por lo que he leído y me han contado resulta que los cristianos no entraron a Cuenca por la puerta principal sino por otra 'secundaria' por la que entraban y salían los pastores árabes.
La leyenda dice que esa puerta la custodiaba un anciano ciego, que palpaba las ovejas para controlar que todas las que salían regresaban. Por eso decidieron cubrirse con las pieles, para entrar a la ciudad sin levantar sospechas.
Aunque como me decía hoy mi hermana, quizás si hubieran probado a entrar de puntillas por una esquinica el ciego tampoco se hubiera enterado!!!
Hombre, los guardianes palpan pieles de oveja desde la Odisea... El truquillo ya debía de ser conocido. Si yo fuera ciego, no me fiaría de ningún rebaño y preferiría apretar los cojoncillos a quienes quisieran entrar, para asegurarme.
Sí, esa manera sería infalible, por el tamaño...
Lo que está claro es que sea o no leyenda, en estas fiestas -como en otras, claro- se hace un homenaje al ciego y antes o después todos nos ponemos como él.
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